domingo, 24 de julio de 2011

La primera vez todo empezó como un juego.


Ambos nos hicimos los inocentes y jugamos un juego de manos disimulando todo el trasfondo de que tocaras mi piel con tanta palma abierta.

La primera vez desabrochaste mi corpiño con una sola mano y con la ropa puesta y eso habló demasiado de vos. Eso me contó de todas las mujeres que han habitado tu cuerpo. De varias aventuras y de las mil guerras que se han batido en tu piel. Con un poco de intriga y otro poco de orgullo, miré tu cara a través de la pantalla que reflejaba tu imagen invertida.

Supe que ya no estabas jugando. Sentí como lo que había empezado como un simple e ingenuo juego ya había trascendido todo el silencio de la habitación y estabas mirando mi piel con un propósito determinado.

Aun así, seguía intentando mantener mi rol de mujer bonita. De dama noble y bondadosa.

Intenté no salirme de mi papel, aun incluso, cuando acabaste por desnudarme sabia y lentamente. Cuando sentí mi espalda desnuda apoyándose sobre todo tu torso desnudo. De brazos extendidos cual alas sobre la superficie del colchón. Tu pecho y mi espalda, mis pechos contra el colchón, tus brazos sobre mi. Tu cuerpo sobre mí. Como haciéndome sombra. Como conteniendo todo el aire y fundiéndote en mi burbuja. Y en dos segundos de sentir tus labios tibios sobre mi carne ardiente, tu respiración detrás de mis oídos, en mi nuca, en tu respiración mía.

Pero entonces ya no pude ni quise contenerme. Y te enseñe con respeto el camino a recorrer. Como un mapa itinerante de mi cuerpo. Primero mis mejillas para acabar encontrándome en saliva húmeda y caliente. Con mi lengua ansiosa de bailar al compás.

Y tus dedos que apretaban el vacío que contenía mis manos, retorciendo tus dedos y los míos al mismo tiempo.

Sentí tu saliva humedeciéndome la piel. Y al son de la melodía que tu boca cantaba sobre mi cuerpo, fui girándome para que pudieras llenar cada recoveco de mi ser. Con tu baba. Con tu néctar. Con vos. En mí. Sobre mí.

Y mirarte desnudarme con tanta audacia, propasando tus propios límites enloqueció mi mente retorcida a veces. Y mirarte viajar cuesta abajo hasta mis pies acabó por dejarme vencida, rendida a tu sexo. Más como si fuese el punto por donde el dragón muere, apoyaste tu miembro erecto y duro sobre mis labios hinchados y renací de mis propias brasas.

1 comentario:

Amor primario dijo...

Uff. Siempre será un hermoso recuerdo ESA primera vez...Verdaderamente, quemante, en las entrañas...